miércoles, 25 de febrero de 2009

Mi primera novela...

Enero 05
Regresé del trabajo. Me sentía desorientada. Mi cuerpo estaba fuera de lugar. Mis pensamientos se han convertido en un caos demencial. Empecé a inspeccionar la gaveta de tus libros esperando encontrar algo que hiciera alejarme de este desorden psíquico… nada ha logrado complacerme. Recorrí todo el apartamento buscando entre las sombras la estela de tu voz. Registrando en los resquicios de la habitación para recordar el aroma de tu aliento, ansiando encontrar en los rincones apartados, el misterio de tus gestos. Hasta que llegué al olvidado cuarto de huéspedes, allí encontré por fin, lo que tanto buscaba. Aún guardo en el viejo baúl que me dio el abuelo recién me mudé de casa, algunos retratos olvidados, una añejas cartas de mi madre y aquellos invaluables discos de exquisita música que compré durante mi viaje por el continente. Tu retrato ya amarillento y empolvado aún me hace recordar aquella lluviosa tarde, mientras bebías té negro en aquel perdido café del centro y me veías detrás de esas gafas ridículas. Percibía en tus ojos el aire de malicia que puedo ver cuando quieres algo ajeno. ¡Ah...! Hace ya tantos años, fueron ya muchas noches, innumerables son las horas, aunque siempre me siento perdida en tu extraño mundo de sobriedad. Por eso cada retrato tuyo era uno de mis gritos desesperados por verte cual te veía en mis sueños, quería tenerte tal y como te conocía en mis recónditos pasadizos. Tú siempre tan protocolario y ceremonioso. Hasta tu forma de hablar he adoptado.
La semana de San Juan visité a Clara, ya sabes como sigue, es lamentable observar como esa maldita enfermedad devora cada día hasta los últimos huesos de esa alma tan frágil y vulnerable. Sigue aferrándose a esta vida, continua añadiéndole segundos. Me preguntó por ti, no supe qué contestarle, me sentí avergonzada, ignora que hemos discutido. Me limité a decirle que una de estas tardes pasarías a visitarla y que la pondrías al corriente con todos los detalles de la reunión. Allí me encontré a Alberto, sentado en la butaca roja que regalamos a Sebastián para las últimas pascuas y que tanto le agrada, con esa estúpida actitud de positivismo; sabes bien cuánto aborrezco que haga alardes de su vida perfectamente prefabricada, no dejó de ufanarse de sus miserables logros. Tenía una sonrisa como quién que ha hecho una apuesta y ha ganado la partida. Y como usualmente acostumbra con su molesta manía de preguntar impertinencias, estuvo inmiscuyéndose en las impresiones que todos guardan por la situación que se dio debido a la opinión que di de Marco y de cómo todos tomaron el asunto de cuando me animé a criticar su presunta ridiculez al vestirse; esquivé sus preguntas mecánicamente con frías trivialidades. Sabes que siempre digo lo que deseo. Y hasta ahora eso no me ha traído problema alguno. Pero con mentes lisiadas como la suya, es imposible sostener conversaciones saludables.

Enero 06
¿Qué absurdo, no? Después de gritarnos tantos improperios e insultarnos hasta el cansancio, prometiendo firmemente separarnos uno del otro, demuestres en tus frases que me extrañas. Ha sido en vano mantener tus sentimientos a raya, porque la desesperación en tus palabras te delata. Sé que esa tarde me dijiste cuánto detestas mis desmedidos hábitos arraigados y lo asqueada que te tiene mi presencia pero puedo ver el amor que hay en tus ojos, no me odias, solamente estabas cansada. Te comprendo, era momento de alejarnos, aunque la distancia que hoy nos separa es tediosa. No temas, yo también te pienso. Aún recuerdo esa última tarde, en vísperas de noche buena, tú habías tomado unas copas de más y yo insistía torpemente en que abandonaras el vicio al cigarrillo, no imaginé que esa noche fuera nuestra despedida. Por las noches anhelo oler nuevamente el aroma de tu cuerpo dormido junto al mío. Necesito incesantemente sentirte desnuda deslizándote bajo las sábanas. Pero por ahora eso me es imposible. ¿Sabes? Conservo uno de esos retratos perturbadores que sueles sacarme. No entiendo tu morbosa manera de asaltarme en situaciones embarazosas pero he aprendido a intuirte. Mis retratos espeluznantes ya no me irritan.
El tiempo pasa lento por estas tierras lejanas, hace casi una semana que debían leer el testamento de mi padre, pero la ausencia de los demás herederos lo ha retrasado. No lo comprendo, hubiera asegurado que estos buitres estarían dispuestos a acabar con la herencia que por años amasó, pero Ramón Dieguez, el abogado, promete leerlo mañana. Presiento que mi progenitor me ha delegado su enorme hacienda proveniente desde la época colonial, sí mis premoniciones fuesen comprobadas, tendré que ampliar mi estadía por estos lados, debo poner las cosas en orden y confiar en los fieles sirvientes que estuvieron a su lado desde hace más de veintitrés años.
No creas que ignoro la situación de Clara, pero me aterra pensar que pronto ya no estará con nosotros y quisiera retenerla un poco más. Prométele que pronto iré a visitarla, tengo tantas ganas de abrazarla y despedirme de ella. Sebastián me envió un telegrama informándome su mala salud, no he podido contestarle, no encuentro palabras para consolarlo. Alberto, ese pobre imbécil, pregunta impertinencias porque detesta desconocer las realidades de otros. Cuando te has burlado de las vestimentas de Marco nadie lo tomó en serio. No le hagas caso, apenas sí le interesa saber sí nuestro socio es tan extravagante como dices. Se adelanta a vanagloriarse de sus logros por temor a que alguien le tilde los fracasos.